martes, 3 de julio de 2012

“Y nos lanzamos a enseñarles a leer…

…y había que ver el espectáculo que domingo a domingo daba, por ejemplo, Carlos Pellicer. Su cuerpo bajo y menudo, aun su cabeza, entonces con una cabellera bien poblada, no podían darle la estampa de sacerdote; pero sí aquella voz y esa feliz combinación de una preciosa veta religiosa y un instinto seguro de la escena y el teatro. Carlitos llegaba a cualquier vecindad de barrio pobre, se plantaba en el centro del patio mayor, comenzaba por palmear ruidosamente, después hacía un llamamiento a voz en cuello, y cuando había sacado de sus escondrijos a todos, hombres, mujeres y niños, comenzaba su letanía: a la vista estaba ya la aurora del México nuevo, que todos debíamos construir, pero más que nadie ellos, los pobres, el verdadero sustento de toda sociedad. Él, simple poeta, era ave de paso, apenas podía servir para encarrilarlos en sus primeros pasos; por eso sólo pretendía ayudarles a leer, para que después se alimentaran espiritualmente por su propia cuenta. Y en seguida el alfabeto, la lectura de una buena prosa, y al final, versos, demostración inequívoca de lo que se podía hacer con una lengua que se conocía y que se amaba. Carlos nunca tuvo un público más atento, más sensible, que llegó a venerarlo”.

Daniel Cosío Villegas, “La generación de 1915”, en El intelectual mexicano y la política, Planeta/Joaquín Mortiz, México, 2002, pp. 10-11.

 

Éste es un pasaje que me impresionó fuertemente hace algunos años y ahora, en este clima tan político, me vino irremediablemente a la cabeza, justo ahora que hemos visto que los votos se compran con facilidad y que se organizan taxis y camionetas para pasar a las zonas más pobres y llevar a la gente a que vote por el PRI, como ocurrió justamente en Yucatán.

En la facción más extrema de la enorme masa inconforme con los resultados electorales, se han visto aparecer referencias a la Revolución de 1910, pero no se ha mencionado a la generación de intelectuales que contribuyeron a aquella transformación social mediante su quehacer educativo. Se me ocurre ahora que, quizás, esa intensa y heterogénea movilización universitaria que hemos visto casi institucionalizarse como #YoSoy132, reclamando su carácter “oficial” frente a otras ramas “espurias”, podría canalizar una parte de su energía no sólo a las marchas y a la difusión (que ya han hecho) de los contenidos disponibles en internet, sino también a la educación misma. Quizás ahí está una de las vías para mantenerse vigente en tiempos postelectorales.

Pellicer, si vivera ahora, iría precisamente a las zonas de donde salieron acarreados del PRI y donde se repartieron despensas y dinero en efectivo, y haría su contribución (modesta, quizás, pero profundamente simbólica) ayudando a mejorar las habilidades de lecto-escritura de la gente, lo cual, como sabemos, es la piedra angular del juicio y la capacidad crítica de todo individuo.

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