martes, 4 de junio de 2013

"Con demasiada frecuencia desconocemos lo que aún hay de infantil,...

...por decirlo así, en la mayor parte de nuestras emociones de alegría. Sin embargo, ¡cuántos placeres presentes, si los examinásemos de cerca, se reducirían a recuerdos de placeres pasados! ¿Qué quedaría de muchas de nuestras emociones si las redujésemos a lo que tienen de estrictamente sentido, si les suprimiéramos todo lo que no es más que rememorado? Incluso ¡quién sabe si a partir de una edad determinada no nos volvemos impermeables a la alegría franca y nueva, y si las más dulces satisfacciones del hombre maduro no serán otra cosa sino sentimientos de infancia revividos, brisa perfumada que nos envía a bocanadas cada vez más raras un pasado cada vez más lejano!"

Henri Bergson, La risa, Ensayo sobre la significación de lo cómico, Alianza Editorial, Madrid, 2008, pp. 53-54.

La idea de Bergson tiene algo de cautivador. Uno piensa inmediatamente en un bebé que, antes de saber siquiera hablar, ya sabe reír. ¿Cómo es posible que no se haya reparado en la trascendencia de ese sencillo hecho? Y si pensamos en las cosas que hacen reír a un bebé, nos daremos cuenta de que en ellas siempre hay algo de sorpresa y de insistencia: el padre que se esconde para asustar al hijo y lo hace una y otra vez para prolongar el efecto e incluso acrecentarlo; la madre que le muerde insistentemente los pies a su bebé; etc. Son cosas sencillas, banales, y por eso es algo tan significativo. Y es que la risa tiene siempre algo de repetición, algo de martilleante que hace que siempre pueda volver a brotar en un instante. Siempre hay placer, por ejemplo, en contar una vez más algún evento risible, y muchas veces no es porque queramos darlo a conocer a alguien más, a quien se lo contamos, sino porque queremos recrearlo nosotros mismos. Por eso tanta gente repite las cosas que, cree, han causado gracia. Y así, nuestros momentos de alegría actual bien podrían ser un eco de un momento remoto que ya no recordamos conscientemente. Reír siendo "persona madura" sería entonces el mejor mecanismo para quitarnos las máscaras y hacer ver que sólo somos pedazos de carne que piensan y sienten; un mecanismo para instalarnos de golpe en aquel momento lejano en que sólo se vivía, se vivía a costa de todo, y se vivía así, sin más, intuyendo que nada más importa. Esos momentos infantiles que han quedado sepultados en la maraña de recuerdos que hemos creído importante retener... Quizás Bergson tenga razón, quizás ahí es donde está la alegría más pura, más franca, y por ello, tanto menos duradera...

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